—¿Qué dices?—¡No te oigo!—¿Dónde estás?—En la oreja que esconde otra oreja, en la doble oreja. —¡Ah! Sí, ya te veo, con mis ojos de pequeño frente al espejo. —¡Entonces háblame!—¿Qué quieres que te diga?—¿Dónde está el cepillo de dientes?—¿Cómo lo vamos hacer ? ¿Dónde están?—¿El qué? —¿Las manos?¡Encontré el cepillo! ¿Tus dientes tienen manos?—¡No!, solo lengua en la boca, palabras, crudas en sí-la-ba-ba, con saliva en otras lenguas quijotesca, cocidas en el pensamiento, fritas en sociedad, enlatadas frenéticamente, ensaladas, embrochetadas por ley, en fin, etc. Preguntémosle a ella, parece interesante,¿Dónde están las manos “palabra“?(Silencio)
—Veamos (dijo el ojo) y oigamos ─ se dijo, la oreja dentro de la oreja ─ si nos enseña donde. —Lengua: Tanto gusto pregunta, órgano familiar, el destino es sentido común, las manos se encuentran hoy, como siempre, en la extremidad superior de la trompa del cerebro, en el límite de cada brazo, se pueden ver y oír dirigiendo el pensamiento con la mirada, pensar, las manos están armadas de cinco dedos en cada una, suman diez, más los cientos de dedos imaginarios que cada uno ellos puede multiplicar o dividir. Las manos como las palabras son poéticamente infinitas. —¡Ahhh!, dijeron la oreja y los ojos, sorprendidos como si de la maestra de la copa rota se tratara, ¡Gracias! —Jo,jo,jo, ¡Entonces un borrador de caras y ya! ─ dijo una voz que estaba en todas partes ─ . —Seamos la razón desahogadamente, le dijo la inteligencia a la consciencia dejadera. Escuchadme oreja que esconde otra oreja, ojo, sólo tienes que moverlas, quítate el ahíto de un susto, no te quedes sentada en el retrete polutivo de la organización, que se duermen las piernas de la idea. Coge el cepillo, la pasta de dientes, desinféctate, aclárate los ojos, las orejas y la boca, que tienes un mogote de pelo y sobre todo el hocico, de color muy negro, molacha, desdentada.
—¿Corín dónde estás?—¡En el cuarto de baño, mama!—¿Qué estás haciendo? ¿Cuánto tiempo piensas pasar ahí? ¡Abre la puerta!. El tiempo es un susurro que aleja a cada segundo la suspición. No entra, no sale, racionalmente el pensamiento, estampa de nacimiento, que cara tengo. Corín abrió la puerta y salió del baño desenfadada, diciéndole a su oreja:—¿El qué mi hija?—Salir de está. —¿Cómo?—¡Ahora sé, como lo voy a hacer!
Corín salió de casa raboteada, espantando pájaros, si no llegaba a las nueve en punto, la puerta del colegio estaría cerrada y la Madre Consolación religiosamente no tenía piedad, más que de Dios y del Infierno. Su bicicleta encarnada con bocina, frente al portal, aposentada a una señal de tráfico, mojada y rimbombante. La puso en pie de un impulso persistente, secó el volante con el trapillo que llevaba puesto, la cogió por el manillar metálico, (buen transportador de calor), cruzó la calle Regencia a salto de zancadilla y desaparecieron corriendo a pie, en los jardines de la plaza. Las hojas caían meticulosamente de los árboles, no hacía viento y desde esta ventana, parecían paracaidistas decididos a cambiar de rumbo las estaciones. Next time, dos violinistas cruzaban el paso de cebra con porte instrumental, (caminaban sobre el lomo del animal), dos mujeres evocadoras, esfumadas de la época, entrecruzan la risa, el desordenador natural en sus labios, rojo carmín, un fotógrafo obrero con pantalones diseñados por el cemento y el yeso las sigue.
Literaturmagazin Calidoscopio, Madrid