Todo pasó y fue en su primera persona Gustavo Alguiño. Un caballero refulgente, juzgado bizcorneta por la sociedad bisunta de nuestra época. Un estupendo, un hombre de párpado pesado, como se le llamaría hoy a un ojo de elefante o camaleón, un pensante. Gustavo terminaba su jornada de funcionario en el Palacio de Justicia sobre las tres y media, cuatro de la tarde. Al salir de su puesto de trabajo, (el cuál no comprendía hacía tiempo) con una edad de treinta y cinco años, se dirigía andantino, sin prisas pero sin pausas a su casa. Al llegar, se preparaba un bocadillo, un botellín de agua y el bartolillo relleno de crema (que su madre le había horneado hoy). Salía con sed de recreación de la cocina llamando a su perro Gobernador:–¡Barrigón! ¡Barrigón! ¡Vámonos!.
Y advertía a sus padres:–¡Madre! ¡Padre!, me voy a pasear con el perro. Cogía el metro capaz de transportarse al punto opuesto del pentágono organizado, de la cosmopolita ciudad donde vivía. Se bajaba allí donde su intuición lo decidía, así estaba seguro de que su identidad ecográfica se perdería entre las demás y nadie podría reconocerlo. Buscaba una acera amplia o una posible fuente en una plaza, estuvo caminando por las calles de la zona, y acabó encontrando lo que buscaba, una calle para inaugurar de nuevo, como todas las tardes, su teatro de bolsillo. Una hora de función, dependiendo del interés y tránsito de los peatones, (el aforo de la calle le suponía un equilibrio, una verdad andante, necesaria antes de volver a su casa, a cenar, a leer y a dormir).
Empezaba el acto I, Gobernador aullaba a modo de lobo el prólogo de la obra, (lo entrenaba por las mañanas jugando con él, a la hora del desayuno), era un San Bernardo imitando con inteligencia perruna un llanto infantil. Gustavo entraba en escena, se acuclillaba en el suelo y empezaba a personificar. Sacaba el periódico que había leído en el post-café de la mañana, unas tijeras y preparaba los personajes, los teloneros en la red de papel, recortando las sombras de las noticias del día, con una aguja y un hilo del costurero de Teresa, su madre, perforaba con gracia el cogote del actor, ataba el hilo y lo cortaba a unos 20 cm de largo y así sucesivamente entraban en función cuatro o cinco siluetas en un brindis ecuable, se movían callandito entre las piernas peludas del Gobernador.
La masa abanderada, los miles y miles los representaba codireccionados, moviendo las páginas enteras del periódico sueltas como murciélagos, corriendo por el suelo, representando el estruendo manifestante de los cotidianos, dirigiéndose hacía los pies de los espectadores.
El personaje principal de esta tarde fue un cabezudo andestre que pregonaba la preguerra:–¡Fue un error, nadie sabe porque se invadió la tierra de PerQué!Un perfilado ojo sin nariz como cabeza del azar y las letras que mudaban elegantemente su torso hasta las extremidades, era la imagen del recorte que daba cuerpo al cabezudo en el 1er. acto de la obra en la calle «Andén».
El cabezudo con medio ojo se paseaba entre los otros personajes, sacados del mismo mundo de recortes publicitarios que gritaban y el torrente tomaba voz a mangunzada suelta: –¿Quién fue? ¡No se sabe! ¿Quién fue? ¡No se sabe!Los niños que habían frenado con tierna curiosidad la prisa al detenerse, se reían. Sonreían graciosamente a los recortes vivos de letras, moviéndose entre las patas peludas y grandotas del San Bernardo que, con mirada berlinesa, actuaba solemnemente sentado. –¡Qué original! Es la prognosis del tiempo -decía alguien-. –¡Pobre perdido en su cochitril! -decían otros-. –¡Loco!, ¿Dé dónde sales?; ¡Este no es de la zona! ¿Será estrambótico?–Vámonos que hay que preparar la cena, que llegan los comensales. –¡Lo que hay que ver!, ese hombre tirado por el suelo, jugando con marionetas de periódico con el perro, fíjate, como se suben por las pezuñas, que vida más rara, no somos nada. De hecho Gustavo no veía a nadie, solo sentía el animal cerca de él, y no se limitaba al teatro en que vivía y se decía a sí mismo:–En este estado, mañana no puedo ir a trabajar: Sería un crimen contra la humanidad. Pero volvería a hacerlo, iría a trabajar y por la tarde volvería a su teatro de bolsillo. En 2007 se comenzaba a hacer de nuevo cine mudo como imagen del mundo, por una alemana en Hollywood, a la vez que los mechones de pelo de Ramses II, se vendían por internet a 2000 €. y es cierto como que es diciembre y Navidad eléctrica en el s. XX.
Literaturmagazin Calidoscopio, Madrid